
Cuando la encontré y vi que no giraba, miré por la ventanita de forja que hay en la puerta del baño, donde me caían las gotas de sudor y en cuyo cristal, se reflejaron mis ojos asustados. Adentro, el desagüe devolvía las gasas empapadas con sangre, de mi dedo accidentado y los bastoncillos de los oídos que juntos, parecían unas sombrillas rojas, azotadas por una tormenta.
Fue en es momento cuando te vi, encima de una burbuja, con la misma postura que pones cuando escribes y grité —Clau, despierta, que esto no es una minificcióoonnnn— Recordando que las herramientas estaban dentro, grité más fuerte —Pásame la llave inglesa, jodeerrr…
De repente sentí que en mi mano, pálida por la fijación del yeso fino y las uñas negras por el cemento seco, se posaron tus mariposas doradas y oí una voz sorprendida, que me decía a mi espalda —¿Qué haces Gus?—
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