
Porque estar en el cielo no es vivir a dos peldaños del paraíso, porque aquellos grotescos engendros de cabezas sin alas ni cuerpo cantando incasablemente melodías horripilantes y desafinadas no es el concepto que se tiene por ángeles celestiales, porque compartir el lecho de amor, situado en un saliente rocoso de la montaña que recuerda más a una mano gigantesca suspendida en el aire, no es dormir en un nido de águilas negras que revolotean nerviosamente revolucionadas todo el día y porque a un mar de nubes y tres miserables flores no se le puede llamar Jardín del Edén…
Lo sabía, Maria lo sabía… Sabía que ni Juan, Mateo, Lucas y Marcos lo escribirían, ni siquiera la avariciosa mente de Judas tendría tanta perversión e ironía para imaginarlo.
Resignadamente se desnudó, bajo su cabeza y dijo en voz alta:
—¡! Que sea lo que Dios quiera ¡! —
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